Pocas personas irían en
contra de la afirmación de que la educación es una ciencia aplicada a de ingeniería,
una ciencia aplicada porque se ocupa de la realización de ciertos fines
prácticos que tienen valor social.
Independientemente de
los fines que se elijan, una disciplina aplicada
se convierte en una ciencia solo cuando trata de fundamentar los medios propuestos
para alcanzar ciertos fines conforme a proporciones empíricamente validables.
Pero la discrepancia
respecto de los fines no remueve a la
educación de su categoría de ciencia ni tampoco lo hace menos rama aplicada del
conocimiento.